Entonces el beodo le dice al
ciego: - Acompáñame al lavabo q no me veo.
-Claro, eso puedes solucionarlo
allí: delante de un espejo.
El camarero
con falsa indiferencia, secando un vaso con su balleta, los ve desfilar ante su barra, el ciego sosteniendo por el
codo al beodo.
- Reme, cuando salgan, friega
los servicios y echa la llave.
Vuelven riendo, perdido el
rictus de apuro detrás de la puerta q queda entreabierta al salir. El beodo alza
la mano mostrando el signo de la victoria con el corazón y el índice mientras
se acerca trastabillando a su taburete. El camarero llena dos vasos a regañadientes mientras la Reme , encaminándose al
excusado, piensa: “Ojalá hayan
acertado”.
El ciego duda pero, con esa
capacidad adquirida con los otros sentidos, descubre q aún suena la música y,
sin un hálito de duda, ase su copa, la
apura, mastica el hielo, escupe algunos trozos en el vaso vacío y saluda con
fervor su reemplazo derramándose por barbilla y cuello parte del contenido.
Sólo entonces se sienta y exclama: - ¡Joder Simó, esto no es Habana siete!
-Siete son las q ya me debes
mamón. Acábate ésa y pa casa los dos. A ésta invito yo, pero luego aire.
Y girando sobre sí mismo,
desaparece por la puerta de la cocina/almacén: es hora de rellenar neveras.
Tres jovenes con apariencia de
menores pero sin atisbos de inocencia -dos
chicos y una chica-, en una mesa junto al ventanal esquinero, comentan con
sorna la espantá de Doña Esperanza Aguirre de la Final de Copa de SSMM el
Rey.
-Eso en otros tiempos no pasaba
– les espeta el beodo sosteniéndose en su vaso-, y os lo digo yo q perdí la
juventud en Miranda de Ebro. Tanta libertad, tanto pito, y así nos luce. Mierda
de país, coño. Ni educación ni respeto ni ná. Eso es lo q hay. Ná.
Los chicos,
algo ajenos, lo miran un instante sin acertar
a comprender sus palabras y sin q parezca importarles lo más mínimo el
significado de las mismas. Ella, de espaladas al beodo, sigue a lo suyo: -Entonces, ¿vas a pillar?
-Sí, ahora me acerco a donde el
Francés.
-¿Pagado o fiado?
- ¡Chocolate ahora cuando abra
el churrero! – les grita con sorna el ciego.
- Pa kifi del.bueno el q
trincábamos en Villa Sanjurjo, ¿eh, Lupas?
Pero el ciego, q ha encendido un
cigarrillo y exhala con dificultad la primera bocanada, escondiendo su
expresión de asco y disgusto tras sus gafas ahumadas, se pierde en silenciosos
improperios hacia Simó sin tener la absoluta certeza de q éste le haya cambiado a propósito
su paquete de rubios Nobel por los q él fuma: negros Coronas; o si simplemente,
piensa maldiciéndose, se deba a un torpe
error suyo dada su condición. Enfurecido, tira el cigarrillo al suelo y pisa
con rabia la baldosa adyacente.
-Menudo payaso, – tercia la
chica- ¿q ha estado usted, sirviendo a Paquito en África y prisionero del
régimen al mismo tiempo? Ponte la camisa azul si es q aún te entra y vete a
pasear el aguilucho a ver si te da el aire y coges una pulmonía, viejo cabrón.
El beodo vuelve a su copa,
mostrándoles no sin cierto desdén un perfil de absoluta satisfacción mientras
dibuja una casi imperceptible sonrisa sin q la chica, q lo observa aún
desafiante, de espaldas, la cabeza girada y los ojos poseídos, acierte a
comprender si se debe a la estúpida satisfacción q pueda causarle el haber
enardecido los ánimos o si esconde una burla provocada por el chotis imposible
q el ciego baila, en su vano intento por apagarlo, con el aún humeante cigarrillo q yace en el piso.
-No me la liéis, -amenaza el
camarero escoba en ristre desde la puerta de la cocina/almacén, - y acabando q
cierro.
-Va Simonet, -contesta el ciego-
q no asustas a nadie con esa carita de querubín. Pon las últimas y nos vamos. Bueno, si consigo despertar a
éste-, añade, masticando el hielo q vuelve a escupir a trozos en el vaso mientras le da un tímido puntapié a su labrador.
- Esta y prou. Y por cierto, q
no sólo me debes las copas de hoy y las de ayer, q aún no me has pagado los
cupones de la semana pasada.
- ¿Q cupones? No me jodas q
estaban premiaos. No, si tós los tontos tienen suerte.
- Y dos menús, - añade la Reme -está todo apuntado en
la libreta. Y éste, -señalando al
beodo- también debe lo suyo. Ni
cacahuetes les fiaba yo.
- ¡Eh, q yo he pagao! Na más se
debe esto: lo de ahora.
Los jóvenes abandonan el bar al
tiempo q el camarero rellena los dos vasos con la misma mansa actitud del
labrador q se acomoda de nuevo para reingresar en su apacible sueño. Fuera,
junto a la puerta, guareciéndose de la fría y húmeda noche, ilusoriamente
ocultos de miradas inquisidoras, el ciego los ve juntando billetes grandes q le
dan al más alto. Luego se separan y se pierden en la oscuridad.
-Esos no van a por tate, - le
susurra al beodo q, acomodando su barbilla
entre sus manos, los codos firmemente, en apariencia al menos, plantados
en la barra, contempla absorto las burbujas q en su vaso quedan atrapadas en el
gajo de limón.
-Esos se van a la mierda. Como
nosotros. Como todos. Mierda de país. Putos políticos corruptos de los cojones.
Panda de ladrones. A donde nos han llevao: a la mierda. Ni el rey se salva. ¡A
la mierda!- y el beodo ingiere de un solo trago su copa, escupe al suelo el
limón, golpea con el vaso vacío en la barra y se marcha, torpón y presuroso,
hacia la puerta.
-¡Coño, no te vayas así!
- ¡Mañana a pagar, eh! Y si
llegas a romper el vaso aquí no entras más.
Un portazo los silencia y una
peineta los despide desde la calle antes de q la noche lo engulla. El camarero,
tras hacerle un gesto con la cabeza a la Reme , q se despide sin saludo alguno, reemprende
sus quehaceres: apaga la música, la máquina del café, la tragaperras, apila las
sillas encima de las mesas, los taburetes encima de la barra, barre y
finalmente friega el suelo con agua sucia.
De vuelta a sus dominios tras la
barra exclama: - Mira el tontaina de tu amigo: se ha dejado aquí la chaqueta.
Al final va a tener razón la niña y va a coger una pulmonía.
-Dame, yo se la devuelvo.
Y mientras el camarero le da la
espalda para disponerse a hacer la caja, el ciego tantea en la chaqueta
olvidada la cartera. Extrae con adquirida habilidad dos billetes de cincuenta y
le dice al camarero: - Te voy a alegrar la noche, coño: cobrame lo q te debo y
la última del compañero. Ya, si eso, mañana arreglamos lo de los cupones.
Atónito, el camarero cobra y
cierra caja. El ciego apura su vaso, mastica el hielo, lo escupe de nuevo antes
de dirigirse a la puerta. Se apagan las luces.
-¡Eh, Lupas! Te dejas el chucho.
¡Y la caña de pescar!
El ciego toma el asa del arnés
de su labrador, q se incorpora perezoso, y su blanco bastón telescópico con la
misma mano, calándose las gafas con la q le queda libre se dobla hacia atrás
con la precisión y la agilidad de un contorsionista para pasar bajo la persiana
entrecerrada a media altura y, ya desde la calle, sentencia: - La caña ya me la
tomaré mañana.