miércoles, 21 de septiembre de 2011

Crisis en el chiringuito

        Tengo algo así como un amigo que se queja de que no tiene dinero mientras pasa unos días de asueto estival en la playa. Me invita a un número ingente de cañas (debería beber en la sala de los espejos del Tibidabo para engullir a su ritmo) en un chiringuito donde hacen los peores  mojitos (nucleares no, gracias, y ya no doy más pistas) de la Costa Dorada (se me escapó) y que protesta sin descanso  por los dos euros que le cobran por cada cerveza  al tiempo que ensalza las innumerables cualidades de la Estrella, y si es mediana miel sobre hojuelas, en comparación con ese brebaje inmundo (pero helado, refrescante y embriagador) que le cobran a precio de primera línea de mar, of course, para turistas sedientos venidos a menos y que probablemente sea alguna de las “ultradelicious “  composiciones de La Zaragozana S.A.
      - Jefe, cuando pueda dos más si hace el favor.

       El tipo en cuestión ha dejado de fumar. En el tiempo que yo disfruto de dos cigarrillos light él se ha comido no menos de cinco chicles de 4 mg de nicotina. Sospecho que cambió de hábito por mor de la crisis, aunque no puedo sostener mi teoría empíricamente porque desconozco los precios de sus Nicorette. Además luce un par de parches que dice son para adelgazar aunque sostiene que el zumo de cebada (deben ser sus cereales de la mañana, su suplemento de fibra, sus Special K.O.) engorda. Raro. 

         Las cervezas van cayendo mientras nos vamos poniendo al día tras meses de no vernos. En mi caso, más de un año en el paro ya, la cosa no da para mucho. Pero aún articulo algunas palabras inteligibles. Por ejemplo: después de q el personaje me descubra todos los miserables detalles de su curro de mierda (y el de su mujer), de q me ilustre de qué manera lo/s engañaron con su hipoteca y cómo se vio obligado a solicitar unos de esos créditos con nombre de margarina holandesa (y no, no fueron los de Rabobank, q vaya usted a pedirles pasta a estos... si el nombre ya lo dice todo, pon dos cañas más, niño!), de q me detalle una por una, in crescendo, las letras q le quedan por pagar de su Fiat segunda mano, cuando me pregunta si, como él sostiene, está visiblemente más delgado (tiene más tetas q cualquiera de las q persigo con la mirada, evidentemente aburrido por su incesante letanía, y más barriga q una inseminada en espera de sixtillizos en su octavo mes de gestación) le contesto rotundamente que SÍ (¿sería lógico q en tiempos de vacas flacas este buey estuviera más gordo? me pregunto mientras derramo torpemente el áureo líquido sobre mi bronceado torso). Por supuesto está a régimen (será cosa de la economía, me digo, uno de esos q se ha desenganchado del opio del pueblo: la gente ya no acude a su confesor, ahora va al dietista, lo pagamos entre todos y a éstos aún no se les ha ocurrido pasar el cepillo, lo de los recortes es otro cantar, y el amigo tiene donde recortarse).
        Resumiendo: la vida es una mierda y, hoy, hay más mierda q nunca, es más cara pero los mojones son más pequeños.
       Pedimos las dos últimas juntando la calderilla de nuestros monederos. No alcanza, pero el Jefe nos sirve dos más: invita la casa. Jolgorio y algarabía. Luego silencio: la fiesta toca a su fin. Yo, escasamente a un trago de espuma de emprender el titubeante regreso a las toallas (para lo q ya voy haciendo acopio  mental de fuerzas, equilibrio, aplomo y dignidad), a nuestras mujeres sin duda enfadadas agotada ya toda crítica a nuestras personas, aprofito l’ avinentesa para gorrear un cigarrillo al  Jefe.
        -Tengo el otro paquete en la bolsa,- me excuso.
        - ¡La bolsa! - exclama mi Santo Bebedor.
       No he alumbrado aún la dádiva de mi escasa Fortuna (el mechero con un mágico chispazo  se escurre entre mis manos y desaparece circensemente en el aire al estremecerme su aullido) cuando, la mirada perdida sobre la hoja del periódico abierta al azar por la sección de economía,  me sorprende aterradoramente el pensamiento de q mi desgraciado y etílico acompañante (lo veo como el personaje exento de toda gracia de un cuadro de Rubens donde diera la impresión de faltar lienzo) va a hablarme del desplome de las bolsas.
     -Pon dos cañas más aquí, - le grita al mozalbete legañoso para luego susurrarme feliz: -ahora mismo vuelvo.

     Y se aleja presuroso, e inopinadamente gallardo, en busca de la cartera que dejó olvidada en su bolsa.