martes, 29 de mayo de 2012

CIERRA EL BAR ESPAÑA




Entonces el beodo le dice al ciego: - Acompáñame al lavabo q no me veo.
-Claro, eso puedes solucionarlo allí: delante de un espejo.

            El camarero con falsa indiferencia, secando un vaso con su balleta, los ve desfilar  ante su barra, el ciego sosteniendo por el codo al beodo.
- Reme, cuando salgan, friega los servicios y echa la llave.

Vuelven riendo, perdido el rictus de apuro detrás de la puerta q queda entreabierta al salir. El beodo alza la mano mostrando el signo de la victoria con el corazón y el índice mientras se acerca trastabillando a su taburete. El camarero  llena dos vasos a regañadientes mientras la Reme, encaminándose al excusado,  piensa: “Ojalá hayan acertado”.
El ciego duda pero, con esa capacidad adquirida con los otros sentidos, descubre q aún suena la música y, sin un  hálito de duda, ase su copa, la apura, mastica el hielo, escupe algunos trozos en el vaso vacío y saluda con fervor su reemplazo derramándose por barbilla y cuello parte del contenido. Sólo entonces se sienta y exclama: - ¡Joder Simó, esto no es Habana siete!
-Siete son las q ya me debes mamón. Acábate ésa y pa casa los dos. A ésta  invito yo, pero luego aire.

Y girando sobre sí mismo, desaparece por la puerta de la cocina/almacén: es hora de rellenar neveras.

Tres jovenes con apariencia de menores pero sin atisbos de inocencia  -dos chicos y una chica-, en una mesa junto al ventanal esquinero, comentan con sorna la espantá de Doña Esperanza Aguirre de la Final de Copa de SSMM el Rey.
-Eso en otros tiempos no pasaba – les espeta el beodo sosteniéndose en su vaso-, y os lo digo yo q perdí la juventud en Miranda de Ebro. Tanta libertad, tanto pito, y así nos luce. Mierda de país, coño. Ni educación ni respeto ni ná. Eso es lo q hay. Ná.


            Los chicos, algo ajenos,  lo miran un instante sin acertar a comprender sus palabras y sin q parezca importarles lo más mínimo el significado de las mismas. Ella, de espaladas al beodo, sigue a lo suyo:  -Entonces, ¿vas a pillar?
-Sí, ahora me acerco a donde el Francés.
-¿Pagado o fiado?
- ¡Chocolate ahora cuando abra el churrero! – les grita con sorna el ciego.
- Pa kifi del.bueno el q trincábamos en Villa Sanjurjo, ¿eh, Lupas?

Pero el ciego, q ha encendido un cigarrillo y exhala con dificultad la primera bocanada, escondiendo su expresión de asco y disgusto tras sus gafas ahumadas, se pierde en silenciosos improperios hacia Simó sin tener la absoluta  certeza de q éste le haya cambiado a propósito su paquete de rubios Nobel por los q él fuma: negros Coronas; o si simplemente, piensa maldiciéndose,  se deba a un torpe error suyo dada su condición. Enfurecido, tira el cigarrillo al suelo y pisa con rabia la baldosa adyacente.

-Menudo payaso, – tercia la chica- ¿q ha estado usted, sirviendo a Paquito en África y prisionero del régimen al mismo tiempo? Ponte la camisa azul si es q aún te entra y vete a pasear el aguilucho a ver si te da el aire y coges una pulmonía, viejo cabrón.

El beodo vuelve a su copa, mostrándoles no sin cierto desdén un perfil de absoluta satisfacción mientras dibuja una casi imperceptible sonrisa sin q la chica, q lo observa aún desafiante, de espaldas, la cabeza girada y los ojos poseídos, acierte a comprender si se debe a la estúpida satisfacción q pueda causarle el haber enardecido los ánimos o si esconde una burla provocada por el chotis imposible q el ciego baila, en su vano intento por apagarlo, con el aún humeante  cigarrillo q yace en el piso.

-No me la liéis, -amenaza el camarero escoba en ristre desde la puerta de la cocina/almacén, - y acabando q cierro. 
-Va Simonet, -contesta el ciego- q no asustas a nadie con esa carita de querubín. Pon las últimas  y nos vamos. Bueno, si consigo despertar a éste-, añade, masticando el hielo q vuelve a escupir a trozos en el vaso  mientras le da un tímido puntapié a su labrador.
- Esta y prou. Y por cierto, q no sólo me debes las copas de hoy y las de ayer, q aún no me has pagado los cupones de la semana pasada. 
- ¿Q cupones? No me jodas q estaban premiaos. No, si tós los tontos tienen suerte.
- Y dos menús, - añade la Reme -está todo apuntado en la libreta.   Y éste, -señalando al beodo-  también debe lo suyo. Ni cacahuetes les fiaba yo.
- ¡Eh, q yo he pagao! Na más se debe esto: lo de ahora.

Los jóvenes abandonan el bar al tiempo q el camarero rellena los dos vasos con la misma mansa actitud del labrador q se acomoda de nuevo para reingresar en su apacible sueño. Fuera, junto a la puerta, guareciéndose de la fría y húmeda noche, ilusoriamente ocultos de miradas inquisidoras, el ciego los ve juntando billetes grandes q le dan al más alto. Luego se separan y se pierden en la oscuridad.

-Esos no van a por tate, - le susurra al beodo q, acomodando su barbilla  entre sus manos, los codos firmemente, en apariencia al menos, plantados en la barra, contempla absorto las burbujas q en su vaso quedan atrapadas en el gajo de limón.
-Esos se van a la mierda. Como nosotros. Como todos. Mierda de país. Putos políticos corruptos de los cojones. Panda de ladrones. A donde nos han llevao: a la mierda. Ni el rey se salva. ¡A la mierda!- y el beodo ingiere de un solo trago su copa, escupe al suelo el limón, golpea con el vaso vacío en la barra y se marcha, torpón y presuroso, hacia la puerta.
-¡Coño, no te vayas así!
- ¡Mañana a pagar, eh! Y si llegas a romper el vaso aquí no entras más.

Un portazo los silencia y una peineta los despide desde la calle antes de q la noche lo engulla. El camarero, tras hacerle un gesto con la cabeza a la Reme, q se despide sin saludo alguno, reemprende sus quehaceres: apaga la música, la máquina del café, la tragaperras, apila las sillas encima de las mesas, los taburetes encima de la barra, barre y finalmente friega el suelo con agua sucia.
De vuelta a sus dominios tras la barra exclama: - Mira el tontaina de tu amigo: se ha dejado aquí la chaqueta. Al final va a tener razón la niña y va a coger una pulmonía.
-Dame, yo se la devuelvo.

Y mientras el camarero le da la espalda para disponerse a hacer la caja, el ciego tantea en la chaqueta olvidada la cartera. Extrae con adquirida habilidad dos billetes de cincuenta y le dice al camarero: - Te voy a alegrar la noche, coño: cobrame lo q te debo y la última del compañero. Ya, si eso, mañana arreglamos lo de los cupones.

Atónito, el camarero cobra y cierra caja. El ciego apura su vaso, mastica el hielo, lo escupe de nuevo antes de dirigirse a la puerta. Se apagan las luces.
-¡Eh, Lupas! Te dejas el chucho. ¡Y la caña de pescar!

El ciego toma el asa del arnés de su labrador, q se incorpora perezoso, y su blanco bastón telescópico con la misma mano, calándose las gafas con la q le queda libre se dobla hacia atrás con la precisión y la agilidad de un contorsionista para pasar bajo la persiana entrecerrada a media altura y, ya desde la calle, sentencia: - La caña ya me la tomaré mañana.